ESG - 22 de julio de 2021

Una cuestión de números

Resulta difícil visualizar la pérdida de biodiversidad o entender cómo podría afectar a nuestra vida cotidiana, sin embargo, junto con el cambio climático, representa una amenaza enorme para la economía global. Markus Müller explica por qué podríamos notar sus efectos antes de lo esperado.

«¿Cómo te fuiste a la quiebra?», preguntó Bill. «De dos maneras», dijo Mike. «Primero poco a poco, y luego de repente». Es un chiste de hace casi un siglo recogido por Ernest Hemingway en su novela Fiesta, escrita en 1926. Sin embargo, como parábola sigue siendo cierta: los pequeños actos de irresponsabilidad pueden generar, con el tiempo, una catástrofe sin vuelta atrás. Aunque esta moraleja se ha empleado siempre en el contexto financiero,  amenaza ahora con aplicarse a escala mundial y de una forma mucho más grave, esto es, con la destrucción desmedida de nuestro entorno natural.

La pandemia de la COVID-19 sigue siendo la emergencia más acuciante a corto plazo. A largo plazo, en cambio, lo es el cambio climático. Incluso a los escépticos más acérrimos les está costando negar hoy el cambio climático, visto el incremento de fenómenos meteorológicos extremos que se están sucediendo en todo el planeta. Sin embargo, existe una tercera amenaza, menos visible, a la que debemos dar prioridad si queremos evitar el colapso de la economía global y, en última estancia, de nuestro modo de vida: la pérdida de la biodiversidad.

Los primeros que suelen percatarse de la desaparición de las especies de un hábitat concreto suele ser la comunidad científica. El resto empieza a prestar atención a la noticia cuando ya han desaparecido varias especies, y para entonces puede ser quizá demasiado tarde para tomar medidas correctoras.

Así, por ejemplo, el aumento de la temperatura de las aguas marinas está causando la decoloración de los corales, un proceso que hace que los arrecifes de coral se vuelvan blancos a medida que sus pólipos expulsan las algas que viven en el interior de los tejidos. Cuando los arrecifes mueren, dejan de servir de refugio a pequeñas criaturas que se ocultan ahí de sus depredadores. Así empieza la homogeneización biótica, mediante la cual se expulsa especialmente a los peces herbívoros. Poco después, las poblaciones locales de peces de todo tipo empiezan a disminuir, lo que afecta directamente al comercio y, a la larga, a toda la economía del litoral, algo que conlleva consecuencias importantes para cientos de millones de personas, muchas de las cuales se cuentan entre las más pobres del mundo.

Según algunas estimaciones, durante las próximas dos décadas el cambio climático podría destruir el 90 % de los arrecifes de coral del mundo. Un tercio de las poblaciones de peces están ya en niveles críticos.

Aunque ésta fuera la única crisis de biodiversidad a la que nos enfrentáramos, seguiría siendo realmente grave: los arrecifes de coral son actualmente los hábitats más biodiversos del planeta. Sin embargo, somos testigos de las mismas amenazas sistémicas en otros lugares, desde los bosques pluviales del Amazonas y de Indonesia hasta las sabanas de África y los setos vivos de Inglaterra. En total, el 23 % de la tierra antaño fértil del mundo se encuentra hoy deteriorada, y las zonas muertas del océano ocupan una superficie mayor que la de Reino Unido, según las investigaciones del Instituto de Cambridge para el Liderazgo en Sostenibilidad. Además, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático están conectados por varios bucles de retroalimentación negativa: así, por ejemplo, la creciente pérdida de manglares debido al aumento del nivel del mar podría ocasionar la liberación de miles de millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.

Las consecuencias de todo ello en la seguridad alimentaria, en la investigación sanitaria e incluso en la propagación de enfermedades infecciosas pueden ser incalculables, pero es posible que, para muchas personas, las primeras señales de advertencia adquieran la forma de una menor rentabilidad. Alrededor de la mitad de la actividad económica mundial (aproximadamente 44 billones de dólares) depende en mayor o menor medida de servicios que la naturaleza proporciona de manera gratuita, y la biodiversidad puede ser responsable de un valor añadido al PIB de hasta 140 billones de dólares.

Los grandes beneficiarios de la biodiversidad no son solo la agricultura, la pesca y otros sectores primarios, sino que más de la mitad de todas las cadenas de suministro dependen en cierta medida de la naturaleza y sus servicios. Y no solo en los países en vías de desarrollo, puesto que, en estos momentos, la Unión Europea, Estados Unidos y China son los que más se benefician económicamente de ello.

La idea de la diversificación de las carteras (reducir el riesgo de pérdidas evitando poner todos los huevos en la misma cesta) es antigua, y haríamos bien en recordar que fue la propia naturaleza quien inventó este mecanismo de seguridad. Cuando la vida vegetal y animal es diversa y goza de una armonía equilibrada, disminuyen las probabilidades de que un suceso perjudicial amenace a todo el ecosistema.

Cada vez son más los gestores de carteras que seleccionan las inversiones de acuerdo con criterios ambientales, sociales y de buen gobierno corporativo (criterios ESG), además de los parámetros financieros más tradicionales, ya que las empresas que contribuyen a la degradación del medio ambiente están poniendo en riesgo su rentabilidad a largo plazo en comparación con aquellas que están comprometidas con una gestión y un funcionamiento más sostenibles. Actualmente, más de 40,5 billones de dólares de activos gestionados en todo el mundo están invertidos sobre la base de dichos criterios. Qué duda cabe de que la pandemia ha incrementado rápidamente la popularidad de este planteamiento ESG.

Existen buenas razones para ser optimista. Como banquero, me gustan los números, y lo que me entusiasma es que la tecnología está generando cada vez más datos que nos ayudan a entender cómo funciona el mundo natural y qué debemos hacer exactamente para protegerlo, al tiempo que se impulsa la innovación en el uso sostenible de los recursos naturales.

Cabe mencionar asimismo el progreso de la acción multinacional: el Pacto Verde Europeo es un paso en la dirección correcta, y la 15.ª Conferencia de la ONU sobre Biodiversidad, cuya celebración está prevista de cara al mes de octubre de 2021 en Kunming (China), nos ayudará a trazar el camino de transición hacia un mundo climáticamente neutro. Esos cambios pueden ir acompañados de nuevos instrumentos financieros para todo tipo de inversores que ofrezcan mecanismos fiables para que la inversión ESG siga aumentando. Y todo ello puede verse favorecido por la clase de alianzas mundiales expuestas en el 17.º Objetivo de Desarrollo Sostenible de la ONU, en que participarían el ámbito académico, la filantropía, los gobiernos, el sector público y el comercio.
Éste debe ser el futuro, pues la alternativa es demasiado terrible para planteárnosla. Sin una acción decidida, causaremos daños irremediables a la biosfera de la que formamos parte: primero poco a poco, y luego de repente.

Markus Müller, Global Head Chief Investment Office, International Private Bank de Deutsche Bank
deutschewealth.com


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